Enero para siempre

Buenos Aires, 20. Januar 2016, 22:25 | von Paco

Es temprano, estoy en el café del barrio. Frente a mí, en diagonal, está sentada una mujer de unos 70 años, pelo blanco como la nieve, gruesos anteojos de sol, sonrisa absoluta. Ya vació su jarrito y ahora dibuja fervorosamente con una birome en unas hojas enormes. Desde mi mesa, veo sus dibujos. Principalmente, llena las hojas con rejillas, un cuadriculado de rayas rudas, en cuya mitad pone un circulo, lo que tal vez sea un centro de energía. Se parece un poco a la explosión de la pipa del profesor Lämpel en los cómics de Max y Moritz. La dibujante se divierte tanto, tira una hoja tras otra y empieza de nuevo, rejillas, centro de energía, otra hoja.

Pero yo, por qué estoy en el café. Por el cortado, por las medialunas, por el jugo de naranja. Y por los diarios, Clarín, La Nación, Página/12. Hoy, Argentina es el país de la narración no fiable, una técnica posmoderna que está muy de moda. En este país, los diarios contienen las mejores historias. Si venís de afuera y no conocés a las personas involucradas, bien pueden leerse como ficción. Sobre el caso Nisman existieron varias versiones que, un año después de la inesperada muerte del fiscal, siguen siendo discutidas. Más interesante, por ser bastante reciente, es lo que puede leerse sobre los tres prófugos del Triple Crimen. Los tres huyeron del penal el 26 de diciembre. Después de una fuga espectacular y algunos tiroteos con la policía uno fue detenido el 9 de enero, los otros dos el 11 de enero. La versión de la historia que dieron los prófugos es un capítulo muy interesante. Dijeron „que se vieron obligados a huir porque los iban a matar“ en la cárcel. Yo leo todo, cada mañana, y solo si veo a una chica que lee un libro gordo con cuentos de Cortázar apoyada en una parada de colectivo, recuerdo que también existen libros para leer.

Bueno, libros. El otro día estuve en el Ateneo, sobre Santa Fe, y chequeé los estantes de nueva literatura argentina. Siendo un gran fan de Hebe Uhart, me llamó la atención un librito de Liliana Villanueva, „Las clases de Hebe Uhart“, que enseguida me cautivó. Me pasé una hora así, leyendo casi todo el libro. Está lleno de argumentos maravillosos, como: „Hay palabras de repertorio de otros que no me gustan, no me llegan o no me resuenan. ‚Finisecular‘ o ‚rizomas‘ son palabras que nunca usaría; ‚insoslayable‘ tampoco.“ Yo, que soy extranjero, usaría todas estas palabras y más, pero tal vez ella tenga razón, „insoslayable“ tiene el mismo sabor amargo que el merkelismo „alternativlos“.

Ayer caminamos por la Costanera tomando mate (como hacen los uruguayos) y hablamos de todo y de nada. Yo hablé de mi visita a la Librería Anticuaria Edgardo Henschel que queda (mejor dicho, quedó) en Reconquista 533. Este lugar incomprensible cerró sus puertas para siempre la semana pasada. Días antes había escuchado un pequeño reporte sobre eso en Deutschlandradio Kultur. Fui, claro, y estuve algo de tres horas ahí adentro. Nadie más vino, fui el último cliente de Viviana Steinberg en esta antigua librería alemana (que se fundó en 1877). El olor me recordaba a un sauna, claro, siempre es así en estos lugares que albergan toneladas de madera vieja, y me estuve perdiendo en libros alemanes de los siglos 19 y 20. Leyendo palabras, lineas, páginas, capítulos de varios libros impresos en caracteres Fraktur, la herencia de la cultura clásica de mi país explotó en mi cabeza, acá, a más de 10 mil kilómetros de distancia. También encontré una edición de Max y Moritz que recordaría un par de días después, hoy, mientras veo a la artista canosa dibujando en el café.

Y acá estoy, en este mismo café, como siempre, escribiendo este textito para darme cuenta como pasamos este mes de enero de 2016, un verano portentoso, en la capital federal.

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